Que niños y adolescentes trabajen en equipo, que respeten las ideas de los demás, que aprendan a discutir y llegar a consensos o acuerdos en el aula, ¿no serán solo medios para algo de mayor trascendencia como la toma de decisiones en el bienestar común? De ser así, ¿cómo pueden estos niños tomar decisiones sobre su vida, la institución o comunidad de la que forman parte, si siempre los adultos o autoridades van a decirles cómo actuar, qué vestir, qué pensar?, ¿cómo van a convertirse en seres autónomos con juicio crítico en capacidad de actuar para lograr el bien común de tal forma?
Si nos ajustamos a los propósitos del área curricular de Formación Ciudadana, hace falta que cambien las estructuras de poder en la escuela básica para que el estudiante desde niño delibere sobre acciones de repercusión en su vida personal, no solo sobre normas de convivencia en el aula; cambiar las estructuras de poder no significa que niños y adolescentes tengan un tercio estudiantil sino que sean ellos quienes discutan y aprueben con docentes y padres de familia la mejor forma de lograr su bienestar, que es finalmente el bienestar de la comunidad educativa.
Pensar que los estudiantes aprenderán el valor de respetarse unos a otros, de discutir y participar de forma democrática cuando se limitan a realizar campañas o proyectos que generan escaso interés o impacto nulo en su vida personal, es ambicionar mucho para lograr poco o casi nada.