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Una vez muerta, Charlotte advierte que como espíritu o fantasma debe continuar sus clases, pero en el sótano del colegio con otros tantos adolescentes que han corrido la suerte de perder la vida, y con una serie de cursos que tienen por objetivo trasladarla al más allá, “al otro lado”.
Todo tendría que ir bien, de no ser porque Charlotte no ceja en su empeño por continuar lo planeado en vida y se ve envuelta en conflictos que pondrán a prueba sentimientos como el amor, la amistad y, finalmente, el afán de superación personal.
En las Highs Schools, esto es en las escuelas públicas de secundaria de los EE.UU., existen categorías o jerarquías entre los estudiantes, a quienes se los distingue como “populares”, “nerds”, “freaks” “losers”, etc. En una sociedad que premia la belleza, el glamour y el prestigio social hasta la perversidad mediática, y al mismo tiempo, condena al desprecio aquello que signifique cultura, inteligencia o sensibilidad, no es extraño encontrar un ambiente como el de la escuela, en donde los adolescentes con toda la ferocidad y competencia que los caracteriza, instituyan rígidas categorías condensando estas diferencias.
Tonya Hurley intenta aproximarse al pensamiento de Charlotte, una adolescente “loser”, escribiendo en “Ghostgirl”:
Y sabía por experiencia que un pato de feria es pato muerto. Pero la cuestión, una vez establecido el panorama patil, era la siguiente: ¿qué era mejor, ir por ahí nadando solo y aterrado para que te cazaran en el momento menos pensado, o saberte rodeado de otros "patos" de aspecto y proceder idénticos a los tuyos, para posiblemente salvar la vida sacrificando la de ellos? "El afan de supervivencia es innato", pensó Charlotte, y el afán de ser popular es supervivencia.
Supervivencia implica ser adoptado por el grupo, nuestra especie lo sabe desde tiempos remotos cuando salir a cazar solo o vivir fuera de la caverna sin compañía, era estar muerto; pero no es el caso de Charlotte. Ella es una adolescente que desde su completa invisibilidad, desde su nada social, sueña con besar al futbolista popular y actúa para tal efecto; no le interesa morir en el intento, y aún cuando muerta sigue empeñada en lo mismo. Charlotte desea ir de un extremo a otro sin medir las consecuencias o sacrificios; más que el simple reconocimiento de sus compañeros en un grupo, sueña con integrarse a una élite.
Por supuesto, no es Scarlet, la amiga con quien disputará el amor de Damen, a quien la popularidad le apesta; y tiene el coraje y el buen gusto de enfrentar a su hermana, la díscola rubia, Petula, líder de las chicas populares.
Comparto con Hurley la apreciación sobre las cualidades indispensables de la celebridad:
La idea de ser reverenciado y envidiado es bien seguro que se encuentra codificada en algún oscuro rincón de nuestro ADN. Como también lo está seguramente el deseo de reverenciar y envidiar a otros que imaginamos mejores, más aceptados y más populares que nosotros mismos. El único problema es que las cualidades esenciales que se requieren para ser una celebridad -egocentrismo, egolatría, desvergüenza- son las que menos atraen en un amigo.
¿Por qué ese afán desquiciante en Charlotte de ser una “animadora” más?, ¿por qué perder el alma por ir al Baile de Otoño con Damen? Pobre, está enamorada y no hay barreras que la detengan.
La novela de Hurley, contada con dosis de humor negro y llamados de estética “dark” –insinuada desde la portada del libro- abunda en citas de poetas clásicos y bandas de rock, casi todas muy oportunas. Aunque recuerde tópicos remanidos del cine y series de televisión norteamericanos, es recomendable, no solo para quinceañeras.
“Ghostgirl” supera con ventaja a otras historias inverosímiles que vienen leyéndose en el VES; me refiero a Carlos Cuauhtémoc Sánchez con La Fuerza de Sheccid y el personaje adolescente que piensa como anciano de 60 años, o el de Jordi Sierra y Las Chicas de Alambre, en donde la anoréxica modelo se transforma en santa, renunciando a la fama.
Nihil Reisz