En uno de sus últimos libros, el venerable John Kenneth Galbraith asegura, con conocimiento de causa, que "todas las democracias actuales viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes".
Estoy convencido de que por "ignorantes" no entiende aquellas personas que desconocen la ubicación geográfica de Tegucigalpa o quién fue el abuelo paterno de Chindasvinto, porque en este sentido casi todos somos bastante ignorantes (siempre nos faltan informaciones precisas sobre muchos aspectos concretos de la realidad, pero para eso están las enciclopedias informatizadas y los bancos de datos).
Los ignorantes de Galbraith, aquellos que yo llamo idiotas, no tan solo son mal informados académicamente sino y sobre todo malformados cívicamente: no saben expresar argumentadamente sus demandas sociales, no son capaces de discernir en un texto sencillo o en un discurso político lo que hay de sustancia cerebral y lo que es una mera hojarasca demagógica, desconocen minuciosamente los valores que deben ser compartidos y aquellos contra los que es ilícito -incluso urgente- rebelarse. Viven entre los demás, se benefician de estructuras democráticas, medran gracias a la capacidad social de producir bienes y servicios... pero se mantienen intelectualmente como parásitos o, aun peor, como depredadores.
Los ignorantes de Galbraith, aquellos que yo llamo idiotas, no tan solo son mal informados académicamente sino y sobre todo malformados cívicamente: no saben expresar argumentadamente sus demandas sociales, no son capaces de discernir en un texto sencillo o en un discurso político lo que hay de sustancia cerebral y lo que es una mera hojarasca demagógica, desconocen minuciosamente los valores que deben ser compartidos y aquellos contra los que es ilícito -incluso urgente- rebelarse. Viven entre los demás, se benefician de estructuras democráticas, medran gracias a la capacidad social de producir bienes y servicios... pero se mantienen intelectualmente como parásitos o, aun peor, como depredadores.
Fernando Savater