El
15-M no está muerto. Aunque algunos quieran matarlo.
Corría
mediados de julio, pleno verano en Madrid, y la asamblea de San Blas
se reunía, como cada lunes, a las seis de la tarde. La de San Blas
es una de esas asambleas de barrio del 15-M que han permanecido
activas -el movimiento decidió descentralizarse y trasladar la
acción a los barrios al poco de nacer, a las primeras de cambio-.
Unas
cuarenta personas se congregaron en la llamada Plaza Blanca para
abordar la creación de un banco del tiempo, un sistema para
intercambiar servicios entre los vecinos sin necesidad de una moneda.
Israel, informático, de 39 años, empezó a aplicarlo ese mismo día.
Necesitaba arreglar unas cortinas en su casa. En la asamblea estaba
Flori, ex costurera, de 56 años. Se pusieron de acuerdo: ella
necesitaba que alguien le revisara el ordenador.
Sinergias
Cooperativa San Blas es hoy una cooperativa en la cual hay tres
fontaneros, dos electricistas, ocho profesores, tres comerciales, dos
conductores, un montador de cubiertas, un ebanista, un empleado, dos
conserjes, tres montadores y dos jardineros. Es una de las múltiples
cooperativas que han nacido al calor del 15-M. Se intercambian
servicios entre ellos, y los ofrecen a terceros.
En
el año que ha transcurrido desde el levantamiento ciudadano de mayo
de 2011, una parte del 15-M ha pasado de la indignación a la acción.
Están los que se unieron para protestar. Están los que se unieron
para seguir trabajando.
Los
más activos no dejaron de reunirse en las plazas de barrios y
pueblos, de organizar asambleas, de compartir problemas y, desde el
pasado octubre, fecha en que el movimiento alcanzó su cima -volverse
global- se han dedicado esfuerzos a buscar soluciones. El 15-M se
expande silenciosamente por los barrios. Se expande como se expandían
las faldas de Carlos III en aquellos días en que los ciudadanos se
levantaron para protestar; las faldas las conformaban las carpas que
día tras día se iban extendiendo por la Puerta del Sol; carpas que
cada día albergaban un nuevo espacio: una cocina, una biblioteca,
una guardería para los chicos, un centro de comunicación.
Cada
asamblea de cada barrio significa que, cada semana, un grupo de gente
se reúne para resolver problemas; la interconexión de cerebros
genera nuevas ideas, nuevas iniciativas; así ocurre, semana a
semana, en cada asamblea, en cada plaza. Basta con entrar en la
páginatomalaplaza.net para observar el gran número de
iniciativas que se fueron generando en el año de vida del
movimiento. Ahí va depositando cada grupo las actas de sus
reuniones, las decisiones que se toman, los diagnósticos de
situación, las propuestas de soluciones alternativas.
Así
está funcionando el 15-M: miles de cerebros conectados, en las
plazas y en las redes, remendando las costuras de un colchón contra
la crisis. En días en que el Estado de bienestar se desvanece justo
cuando el paciente más lo necesita, se atisba el embrión de una
economía paralela, subterránea, alternativa. Son tiempos duros: la
cuarta parte de la población está desocupada. Frente al sálvese
quien pueda, el 15-M ofrece espíritu colaborativo, acción en red.
En
el barrio de San Blas están pensando incluso en crear su propia
moneda para regular los intercambios de servicios. Y ya saben cómo
se llamará su divisa: el blasón.
"Nosotros
no somos indignados, somos ilusionados", dice Israel, el
informático. "Desde chico te enseñan que hay que competir,
cuando de lo que se trata es de compartir; de compartir la vida, en
general." Israel está encantado con el modelo de economía
alternativa que está germinando en el barrio. "Yo sabía que el
INEM [N. de la R.: Instituto Nacional de Empleo] no me iba a resolver
el problema, que había que cortar por lo sano".
Su
cooperativa es una de las muchas redes de autoapoyo que nacieron de
la mano del 15-M, como la Red de Ayuda Mutua del madrileño barrio de
Aluche: los jueves y viernes, se recolectan excedentes de comercios y
restaurantes y el viernes por la tarde se reparte entre los vecinos
más necesitados; las iniciativas de los rurales enredados, que están
tendiendo puentes entre ciudades y pueblos para desarrollar huertas
ecológicas que reduzcan la dependencia alimentaria; o los mercaditos
de trueque, como el que organiza la Asamblea del madrileño barrio de
la Concepción -que también ha puesto en marcha una huerta
ecológica-: el último domingo de cada mes los vecinos acuden al
parque Calero e intercambian -libros, juguetes, ropa, de todo- sin
que medie el dinero.
Los
ciudadanos también se organizan para otros fines. Para frenar
operaciones policiales contra inmigrantes, como hacen las brigadas de
observación de derechos humanos del barrio de Lavapiés. O para
hacer frente a los bancos, como las cooperativas de deudores de
Catalunya (CASX, Cooperativas de Autofinanciación Social en Red), en
las que los deudores se agrupan para responder en bloque frente a la
entidad financiera acreedora.
Más
allá de la protesta
"Este
va a ser el año de las cooperativas", vaticina Arturo de Bonis,
activista del 15-M y miembro de la Cooperativa de Sinergias. "Existe
una necesidad de autoorganizarse, es una forma de salir adelante",
explica. De Bonis es ingeniero industrial, tiene 55 años y trabajó
en el Banco Mundial. Reivindica esta manera alternativa de funcionar
como cauce para hacer frente "al desapego de los trabajadores y
de los propios empresarios hacia sus propias empresas". Y se
explica: "Los empresarios ya no sienten las empresas como suyas,
sino como un puro vehículo para el beneficio: si tienen que vender
el suelo sobre el que se asienta la fábrica, lo venden".
El
ingeniero De Bonis cuenta que, desde el pasado octubre, el movimiento
ingresó en la fase de construir más que de protestar. "El paro
es un grandísimo problema, pero también una oportunidad: podemos
crear una economía alternativa y paralela. Hay un 25% de población
que puede ayudarnos, éste es el gran reto del movimiento"...
El País