Nada
mejor para hallar significado al patriotismo que leer a quien se
jacta de ser un apátrida.
Patria, es un vocablo que llega a mí sin el menor sentido. Si es el lugar donde he nacido es irrelevante porque tal hecho escapa a mi voluntad. Si es la nación o comunidad de personas unidas por vínculos culturales, me dice muy poco en cuanto no veo el bienestar que me procura comprobar tal realidad. ¿Estoy obligado a ser patriota?
No puedo aceptar que el suelo donde he nacido sea superior a otros; hay tan bellos paisajes en el Perú como en Suiza, Tailandia o Nepal. Tampoco creo que el Perú tenga costumbres que sean superiores a las de cualquier país vecino o africano. No porque los incas hayan establecido un imperio, los peruanos deben sentirse más orgullosos que los descendientes de los sioux o los judíos, culturas tan o más sobresalientes.
Debo reconocer que me veo incapaz de encontrar una comunidad de intereses entre las personas que viven con un dólar diario en los distritos más pobres de Lima y aquellas que viven con millones en San Isidro o La Molina; por poco dos subespecies de ser humano.
Patria o Nación es un concepto que nace por iniciativa de las élites para sostener y justificar sus privilegios. Desde los reinados europeos con el advenimiento del mundo moderno, hasta la descolonización en África y Asia durante el siglo XX, fueron las élites locales quienes pretendieron unificar sus naciones y promover el sentimiento patriótico con el objetivo de consolidar su poder político y económico.
¿Por qué debo sumarme al culto de la Patria para beneficio de unos pocos?
Si la patria se fundara en acciones colectivas para beneficio de las mayorías, pues de algo serviría rendirle culto, pero lamentablemente no es así. Díganme, ¿qué acciones heroicas se han realizado para evitar que millones de peruanos, en la actualidad, no estén sometidos a la pobreza y postergación? Ni las hazañas de Miguel Grau valen algo.
Un patriota peruano tendría que apasionadamente saludar a la bandera, cantar el himno, comer cebiche, tomar pisco, escuchar música criolla y hacerle barra a la selección de fútbol. De todo lo nombrado, lo único que hago con verdadero gusto es comerme un cebiche, lo demás me es indiferente o desagradable. Pienso que no hay nada más satisfactorio que sentirse libre para consumir cultura sin limitaciones o prejuicios de ningún tipo, sin patriotismos o nacionalismos de por medio.
En lugar de la gratuita complacencia obtenida del patriotismo que sobrevalora paisajes y gastronomía, debería generarse indignación en la juventud para lograr justicia, solidaridad y libre acceso a la educación y cultura, en una comunidad que ahora es inexistente porque de común solo está el territorio que habitamos.
Autor: N.R.
Autor: N.R.