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Finlandia: sin clases magistrales ni notas hasta los 11 años



Toda divergencia entre la escuela y la casa debe ser borrada al máximo. Las relaciones entre los profesores y los alumnos son de gran familiaridad, lo que no excluye en ningún caso el respeto mutuo. Desde el jardín de niños hasta el liceo, los profesores son accesibles y están disponibles y atentos.
Uno de los criterios que el colegio de Niinivaara enfatiza en su autoevaluación es el sentimiento que tienen los propios alumnos de poder ser ellos mismos en toda circunstancia. Los niños comienzan normalmente el aprendizaje de la lectura hasta los siete años. Antes, cada día es dedicado a una disciplina (música, deporte, actividades manuales o artísticas, lengua materna, matemáticas) pero los niños trabajan solamente durante la mañana, siempre de manera muy atractiva. La tarde es reservada al juego, siempre organizado como aprendizaje.
Existen grupos de apoyo para los alumnos que muestran tener dificultades en una u otra materia. Además, se envía a la clase un auxiliar para apoyarlos. La jornada de trabajo se organiza cuidando respetar los ritmos biológicos del niño y de evitar todo cansancio inútil: hasta los 16 años –cuando se finaliza la escuela obligatoria– las sesiones se limitan a 45 minutos y se entrecruzan con periodos de descanso de 15 minutos durante los cuales los alumnos pueden caminar libres por los pasillos, hablar tranquilamente en las salas de descanso, jugar o utilizar las computadoras puestas a su disposición.
Durante los primeros años de la escuela obligatoria (de siete a 13 años), el número de alumnos por clase no debe sobrepasar de 25. En el liceo, los grupos se forman en función de la inscripción de los alumnos: el tamaño de los grupos es variable.
Desde la escuela primaria, incluso en la secundaria, hay auxiliares de educación que colaboran con el profesor en la misma clase o se hacen cargo de grupos reducidos de alumnos que necesitan ayuda particular.
Subrayo con fuerza el pilar central del método educativo, que empieza a extenderse por el mundo desarrollado, principalmente en la educación superior y en algunas universidades fuera de ese mundo, pero que en Finlandia lo han llevado al conjunto del sistema educativo. Dice el profesor Robert: a lo largo de mi visita no asistí a ninguna clase magistral. Siempre vi alumnos en actividad, solos o en grupo. Ésa es la norma. El profesor no está ahí para dictar lecciones; está allí como un recurso entre otros. En una clase de finés las paredes están cubiertas con estantes de libros; no hay una sala que no tenga retroproyector, computadora, videoproyector, televisor y lector de devedés.
Nada de obligación, nada de pesadez. No se puede forzar a los alumnos; es necesario darles posibilidades diferentes para aprender, para adquirir competencias (dice Hannu Naumanen, director del Colegio Pielisjoki). Por eso reina en las clases una atmósfera de sana cooperación, donde cada uno está en su lugar y tiene un papel en la construcción colectiva del conocimiento.
Finlandia quiere que los alumnos accedan al conocimiento con entusiasmo y eso sólo es posible si llegan a ser plenamente protagonistas de su aprendizaje. El profesor no está allí para hacerlo todo: él organiza, ayuda a los alumnos a aprender. (Sirkky Pyy, profesora de inglés). Eso se dice en un documento de la Facultad de Educación de Joensuu, titulado Lo que hace a un buen profesor. Se pide al profesor controlar la estructura de los conocimientos en su disciplina, se espera sobre todo que favorezca el aprendizaje de sus alumnos en una atmósfera de tolerancia y respeto. Se le pide aún más: crear situaciones de aprendizaje variadas y estimulantes, no imponer nunca un conocimiento.
Insistamos: la clase, como grupo de alumnos, no existe ya.
Hasta los nueve años los alumnos no son evaluados con notas. Sólo a esa edad los alumnos son evaluados por primera vez, pero sin emplear cifras. Después no hay nada nuevo hasta los 11 años. Es decir que en el periodo aproximadamente equivalente a nuestra escuela primaria los alumnos sólo pasan por una única evaluación. Así, la adquisición de los saberes fundamentales puede hacerse sin la tensión de las notas y controles y sin la estigmatización de los alumnos más lentos. Cada uno puede progresar a su ritmo sin interiorizar, si no sigue al ritmo requerido por la norma académica, ese sentimiento de deficiencia o incluso de nulidad que producirá tanto fracasos posteriores, esa imagen de sí tan deteriorada que, para muchos alumnos, hace que los primeros pasos sobre los caminos del conocimiento sean a menudo generadores de angustia y sufrimiento. Finlandia ha elegido confiar en la curiosidad de los niños y en su sed natural de aprender.
El impresionante éxito de la educación finlandesa no es, en consecuencia, debido solamente a la proeza de una sabia construcción técnica: ella está ligada a una lengua, a una cultura, a un pueblo que ha hecho del desarrollo de la persona humana, en todos sus componentes, la finalidad fundamental de la educación.


José Blanco en La Jornada, 28 de febrero de 2012




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